lunes, 4 de abril de 2011

NARRACION: Un héroe

La acción transcurre en Michoacán y el protagonista es un personaje histórico: Manuel Villalongín
En la naranjísima tarde de un otoño, el insurgente sintió como una bala fría perforaba su pecho y, a manera de un libro que se rompe y se deshoja, caminó lentamente la memoria. El insurgente cayó y ya no sentía la frialdad de la bala y en su caída el sonido fue seco y qué importaba si, de pronto, al insurgente Manuel Villalongín se le ocurrió creer que había sido un héroe.
Recordó los trágicos días en que hechó de menos el agua, para entonces contaba con ocho años, la penuria acabó cuando un obispo arregló el acueducto de Valladolid. Cultivó el trigo, leyó libros que llegaban de Europa acerca de la revolución.
Manuel Villalongín sabía que un hombre se enamoraba de una mujer por tres circunstancias: su perfume, la expresividad de sus senos y su mirada ingenua. En una noche se conmovió al escuchar la risa de una mujer: "Me llamo Josefina, dijo. Y Manuel oyó la risa en sus palabras y en su rostro y en sus cabellos. Y quiso saber si su risa reposaba en su cuerpo, en sus muslos desnudos, en su lado sin calma. Y lo supo. ( En uno de esos días, en una boda feliz, el insurgente se casó con Josefina.
Un hombre flaco lo llamó y le dijo: servirás a mi capitanía, pelearás, pelearemos a la patria, hasta lograr la revolución o hasta tu muerte. ¿De acuerdo? -De acuerdo- dijo Manuel. Recordó la primera batalla, difícil pero ganada. Ocurrió un 28 de septiembre en Guanajuato, doce días antes, el hombre flaco, había gritado - con un tono más delirante que el usual- vivas y más vivas, había llamado al pueblo a pelear contra los españoles. Después de Guanajuato siguió Valladolid, donde los esclavos dejaron su oficio, el cerro de las cruces, donde ganaron los insurgentes y Guadalajara, donde el hombre flaco mandó publicar un periódico que divulgara la causa de la independencia. En julio de 1811 un hombre de paliacate informó a Manuel que su esposa había sido secuestrada, tenía que entregarse a los españoles o de lo contrario Josefina sería fusilada. y sus ojos se llenaron de ira ¿Se entregaría? No podía regresar a Valladolid. Una segunda noticia, le estremeció, el hombre flaco había sido aprehendido y sería fusilado en el norte. ¿Se entregaría? En lo más profundo del insurgente surgió la verdadera revolución. Dialogó con el hombre de copete, nuevo líder revolucionario, le pidió cinco hombres armados, sin caprichos aceptó dos, un tercero, un joven de ojos verdes se sumó voluntariamente. Vamos, ordenó, y dos de sus escoltas simularon un altercado frente a la base de vigilancia que distrajo a los gachupines al separarlos. Por detrás del disturbio entraron Manuel y su camarada a Valladolid. La plazuela de las ánimas fué capilla y ahora refugiaba a Josefina, estaba rodeada por españoles armados. Con fugacidad aproximada el joven de ojos verdes, cruzó la calle real, disparando a guardias escandalizados, galopando para huir. La distracción fué útil. El insurgente logró llegar a las puertas de la prisión. El portero fué sorprendido con una pistola en la sien. Abrió la prisión. Manuel le golpeó en la nuca. Una vez adentro, llamó a Josefina, recorrió todas las habitaciones, finalmente la escuchó. El llanto de Josefina se entremezcló con el recuerdo de su risa. Se miraron. ella lo  abrazó, él permaneció serio, su rostro se ocultaba bajo el gesto consagrado de un héroe. salieron montados a caballo.
Entonces el viento de la muerte lo internó a las calles de Valladolid, en los arcos del acueducto, en el trigo, en Josefina, en la plazuela de las ánimas ( que años después llevaría su nombre), en el grito del hombre flaco, en la revolución. El insurgente Manuel Villalongín, pasó a ser un héroe.

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